Cuando me dijeron que iba a tener una niña, lo primero que pensé fue que el rosa y los vestidos de vuelo iban a entrar de nuevo en mi vida. No es que los echara de menos, la verdad, pero me gustaba la idea de ir de compras y revivir mis momentos de la infancia.

Más tarde descubrí que las niñas, al menos la mía, tienen un carácter “fuerte”, lo que me suponía un verdadero quebradero de cabeza a la hora de vestirla.
Parece mentira pero casi desde que no levantaba un palmo del suelo, ya tenía muy claro cómo quería vestir y no había manera de convencerla.
En mi cabeza no paraba de rodar el pensamiento
“no puede ser que una niña tan pequeña decida qué ponerse”.